Inteligencia Artificial en las aulas: ¿revolución o amenaza para la educación?

La inteligencia artificial (IA) ya no es ciencia ficción. Su creciente omnipresencia la ha integrado en innumerables aplicaciones de software, a menudo sin posibilidad de eliminarla, planteando una pregunta urgente en el ámbito educativo: ¿qué lugar debe ocupar en las aulas? A medida que la tecnología avanza a un ritmo vertiginoso, los educadores de todo el mundo ofrecen respuestas muy distintas a este interrogante.

El debate en las escuelas primarias y secundarias

En el sistema educativo básico, la IA se ha convertido en una herramienta de doble filo. Por un lado, muchos docentes la utilizan para optimizar su trabajo, desarrollando planes de estudio y creando evaluaciones, lo que les permite ahorrar un tiempo valioso en su jornada laboral. Incluso hay un impulso a nivel gubernamental para expandir su uso; el expresidente Donald Trump firmó un decreto para fomentar la implementación de la IA en la educación primaria y secundaria.

Por otro lado, los alumnos la exploran activamente, usando aplicaciones populares como ChatGPT para repasar para sus exámenes o, directamente, para hacer la tarea. Algunos niños incluso recurren a la IA como una forma de compañía. Esta situación ha generado políticas dispares. Las Escuelas Públicas de Springfield, por ejemplo, impiden a los alumnos usar la mayoría de los chatbots de IA en los dispositivos proporcionados por la escuela e integran la detección de su uso en estrategias que priorizan la relación entre docente y alumno. Sin embargo, un educador de la Facultad de Educación de la Missouri State University señala que, actualmente, hay muy poca capacitación específica sobre IA disponible para los maestros.

Frente a este vacío, han surgido nuevas iniciativas. Rob Blevins, cofundador de la Discovery School, lanzó el Instituto Nacional para la Inteligencia Artificial en la Educación, un grupo con sede en Springfield que busca convertir a Estados Unidos en un líder mundial en la educación sobre IA a nivel primario y secundario. La organización aboga por la creación de estándares de aprendizaje, una mejor formación y legislación bipartidista. “No hay estándares de aprendizaje para la IA”, afirma Blevins. “Está acá, la gente la usa y no se va a ir a ningún lado. Lo mejor que podemos hacer es adelantarnos y encontrar la manera de manejarla de la forma más responsable posible”.

Una tecnología con múltiples caras

El alcance de la IA es vasto y no se limita a un solo tipo de aplicación. Herramientas de chat como ChatGPT y DeepSeek responden preguntas generales con textos elaborados, mientras que gigantes como Microsoft y Adobe ya ofrecen funciones de IA para resumir documentos o redactar borradores. En nuestros celulares, Gemini de Android y Apple Intelligence de Apple potencian búsquedas dentro de agendas y contactos.

En general, estas aplicaciones van mucho más allá de un simple motor de búsqueda: procesan una cantidad colosal de información de internet para responder preguntas de manera conversacional y crear contenido original, desde ensayos hasta imágenes. Pero lo que la IA tiene de potente en procesamiento de datos, le falta en discernimiento.

La tecnología ha sido criticada por incorporar en sus resultados sesgos racistas y políticos. También se la cuestiona por su impacto ambiental, ya que los centros de datos que la alimentan requieren cada vez más energía. Además, se ha utilizado para crear imágenes falsas e historias extrañas sin anclaje en la realidad, desdibujando la línea entre la verdad y la ficción. Blevins insiste en que la clave es recordar el factor humano. “Ser capaz de ser el humano que determina lo que es apropiado, no la máquina”, explica. “Siempre intento decirle: ‘Che, yo soy el humano, mi trabajo es resolver esta parte. Vos tenés que darme los datos'”.

La crisis existencial en la universidad

Mientras el sistema escolar debate su implementación, las universidades ya enfrentan lo que muchos consideran una crisis existencial. La pregunta que todas las instituciones de educación superior deberían hacerse es hasta dónde están dispuestas a llegar para limitar los daños de la IA.

Desde el lanzamiento de ChatGPT en 2022, las universidades han estado en un experimento para descubrir si los chatbots y la tradición de las artes liberales pueden coexistir. Según un artículo de Tyler Austin Harper, la respuesta, con pocas excepciones, es clara: no pueden. El plagio mediante IA está prácticamente en todas partes. Un ensayo de la revista New York de mayo pasado afirmaba que “estudiantes de grandes universidades estatales, de la Ivy League, de facultades de artes liberales, de universidades en el extranjero, de escuelas profesionales y de institutos terciarios dependen de la IA para facilitar cada faceta de su educación”.

Este uso desenfrenado degrada la experiencia educativa. Cuando los estudiantes le piden a ChatGPT que escriba ensayos o resuelva problemas, se roban a sí mismos la oportunidad de aprender a pensar, estudiar y responder preguntas complejas. También socavan a sus compañeros que no usan IA, quienes sienten que el esfuerzo honesto ya no tiene el mismo valor.

Además, el uso masivo de IA subvierte los objetivos institucionales de las universidades. Los modelos de lenguaje inventan información de manera rutinaria y, cuando no lo hacen, a menudo dependen del robo de propiedad intelectual. Una institución que produce grandes cantidades de trabajos generados por IA no está creando nuevas ideas ni aportando al acervo del conocimiento humano. A esto se suman el costo ecológico descomunal y la explotación laboral en la que se basa la tecnología, dos realidades imposibles de conciliar con el compromiso que muchas universidades profesan tener con la protección del medio ambiente y la lucha contra la desigualdad económica.